Julio Olivera Oré
Aquella afición de conocimiento y recreo que es el turismo va creando una disciplina científica de enrumbamiento. Las estampas más bellas de la naturaleza van desfilando ante el atónito e impaciente observador y el empeño de perseguir las rutas de belleza conduce a una mística: el montañismo. Es decir el paisaje de las cumbres como fuente de belleza y como deporte que retempla el espíritu de dominio del hombre. La ascensión de los cerros escarpados o de las cumbres nevadas, desafiando todos los peligros inherentes, no solo es cuestión de fortaleza física, sino y, esencialmente, obra de espíritus fuertes y valerosos.
Toda altura es fascinante; pero la altura que se ha conquistado escalándola a golpe de duras jornadas y desafiando riesgos y peligros es más que eso: es sublime. El hombre desligado de las preocupaciones cuotidianas se eleva y parece desmaterializarse. El panorama circundante lo transporta y transfigure. En estas regiones el espíritu goza de plenitud y contempla embelezado los primores de la naturaleza. Nada empaña su visión y su emoción. Desde su plataforma de granito o nieve se siente más cerca del cielo que de la tierra y su espíritu está más presto al ensueño angélico que proclive a la sensualidad.
Es así como el paisaje es el atractivo no solo ya de los artistas, sino también la inquietud de todos los espíritus sensibles . De aquí la necesidad de las rutas del paisaje.
Pero el turismo va más allá tiene una preocupación folklórica y por consiguiente su radio de acción precisa de un escenario más amplio. La naturaleza obra portentos en nuestro ser. Así como el sol le comunica su energía-irremplazable por la electricidad-las Fuentes de la belleza del universo le prestan su influjo y revitalización.
El turismo amplía la facultad de la imaginación con la visión de los múltiples motivos e imágenes que le ofrece la naturaleza . es decir que refuerza la mente y lo conforta. En cambio el sedentarismo enerva, porque estrecha y reduce el horizonte del hombre y le obliga a sumergirse en el ensueño que lo diluye y debilita.
El sedentarismo propicia la vida laxa y muelle y la sensualidad, el extravío y la fantasía o un pensamiento egoísta son ligaduras que atan y menguan la naturaleza del hombre. La concupiscencia, los malos deseos mórbidos generan malos pensamientos y los malos pensamientos envenenan el espíritu y lo depravan hasta la morbosidad. La impureza de la mente frecuentemente pervierte y empequeñece y concluye con manifestaciones externas o deformaciones de carácter patológico; otras veces son factores decisivos de la indolencia, de la cobardía, de la ira y de la irritabilidad que no pocas veces interfieren la función de un órgano sino que producen hasta intoxicaciones, atrofias y extravíos. De aquí la necesidad de una higiene mental que tienda a disminuir las anomalías de la vida síquica como la morbosidad o la neurosis, la toxicomanía o simplemente la nerviosidad o las perversiones o extravíos de la mente y de la fantasía. Entre nosotros, por de pronto, el deporte y el andinismo logran la armonía y la belleza del cuerpo, el equilibrio de las funciones orgánicas y como consecuencia un bienestar espiritual plácido. Bienestar que tiene influencia regeneradora, que exalta y tonifica la vida orgánica y anímica y, que como exquisito cordial ofrece sus galas de primavera y su frescura de arroyo.
Todo hombre tiene un ideal y una cima de referencia espiritual que escalar. La ascensión a ellos es intentada y perseguida a diario. Las etapas de la ruta son difíciles, pero la fuerza del carácter logra Alturas que estimulan. Las caídas y pérdidas del sendero enseñan y aleccionan. Esta ascensión espiritual llena de ilusiones y privaciones es igual a la ascensión de las montañas. El andinista que tiene por delante una cumbre se llena de emoción y fascinación. La altura lo atrae. Y empieza la ascensión con alegría y denuedo. Para él las asperezas y anfractuosidades de la ruta son sus estampas de belleza inapreciable. En este deporte pone el hombre su energía para vencer la pesada ascensión, su destreza y cautela para eludir sorpresas en las encañadas o las resquebraduras de las superficies nevadas. El viento, las avalanchas, las tempestades y los espejismos exigen del andinista conocimientos y recursos precisos. De la eficacia de ellos depende su vida y la de sus compañeros. No es que la naturaleza le tienda un lazo con la maravilla de su resplandor, es el andinista que se atreve ingresar a un escenario en el que los fenómenos geológicos y metereológicos están en plena ebullición. De aquí que el andinista por fuerza logre su percepción viva e instantánea, una claridad mental inmediata, una osadía sin temeridad, una rectitud y honradez a toda prueba.
El andinismo como deporte tiene un valor físico y moral preponderante. La locomoción es practica en pleno aire y pone en juego todo el cuerpo. Las piernas desempeñan el rol principal, ya que toda la actividad vital y orgánica del hombre radical en ellas. Cuando a éstas le faltan el vigor y la agilidad se viene el desequilibrio. Las piernas son como las columnas de un edificio.
Cuando se camina todo el cuerpo se pone en movimiento; cuando se corre son los pulmones que entran en acción y cuando se salta o escala es el corazón que entra en juego. La marcha, la carrera, el salto o la ascensión son actividades desinteresadas. Su práctica tiene la emoción de un sentimiento de delectación y de arte. En cada hazaña el hombre jalona un galardón y estructura una obra bella. Una indefinible emoción le acicatea, le impele a la altura como si la sugestión y fuerza de una vorágine obraran de consuelo. Como una de las compensaciones más nobles tiene el andinista el escenario de la cima nívea o del granito e enhiesto y la magnífica perspectiva del horizonte y del panorama. Las estampas de hielo ofrecen el deliquio de su proximidad y el paisaje su visión colosal. El hombre asienta sus plantas en el cristal virgen e impoluto del nevado y su silueta recorta en el azul purísimo del cielo la semblanza de un monumento. Desde la cima eminente ve que el sol se abre bajo sus pies y que le baña su luminosidad; en las alboradas se reviste de escarlata y en las tardes de púrpura. Y mientras
El andinismo y el turismo se inician en Ancash en 1903 con el escalamiento del “Huascarán” y el paso de uatsán´por el ingles .. Eock. En 1904
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