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martes, 12 de mayo de 2009

Cajamala, Ancos, Llapo, Tauca

        Paisajes sicológicos

 Del libro Caminando por los pueblos del Perú

Julio Olivera Ore

         Ante el contacto con el universo el alma se transfigura, vibra en ondas luminosas y se diluye en el ritmo melodioso del paisaje. Esta fusión y conjunción de aproximaciones elabora una aptitud y disposición espiritual singular. En la contemplación del paisaje no es tanto la vista sino el sentimiento que aprecia y avalora. Luego se desarrolla un mundo interior donde no solo se reproducen los paisajes de la naturaleza sino que se transforman y evolucionan profundamente y se ornamentan de florestas emotivas, se orfrebrizan en el oro y la pedrería de nuestra fantasía, se teje con la seda sutil de los ensueños y se tachonan, engarzan y guarnecen con gajos de luz, remansos de lagos y arabescos de jardinería espiritual. 

        Lo que le da sentido, unidad y emoción al paisaje es el hombre con su facultad de relación y asociación. Y entonces será más bello para aquellos espíritus refinados que han acumulado tesoros espirituales y que están en condiciones de revestir con magnificencia e interpretar con mayor acierto y provecho los recursos de la naturaleza. De aquí, que en cierto modo, la verdadera belleza del paisaje radique en la visión subjetiva que suscita. Es en estos dominios cuando la evocación y la fantasía reconstruyen y edifican paisajes y palacios magníficos y suntuosos, quintaesenciados y refinados hasta el desborde y la embriaguez. La imaginación concibe estampas manificientes, destaca aldeas edénicas asentadas como en pétalos de rosa o campos de esmeralda, ríos en que la plata riela en los remansos y la pedrería de brillantes se desgrana en las cascadas, lagos tersos y ambarinos sobre cuyos cristales el sol hace acrobacias luminosas y la luna juega a la ronda.

Estas maravillosas visiones interiores evolucionan creciendo; la imaginación recorre mansiones de cristal, palacios de oro habitados por hadas, parques primorosos en cuyos estanques de perla liquida navegan los cisnes del ensueño. 

    Las metáforas cromáticas y musicales invaden las esferas del arte con un fervor exacerbante. Y aquél aparente desvarío y vértigo tienen su lógica como lo tuvieron el gongorismo de España de la época de las guerras de conquista de Carlos V, el rococó en el resplandor de la victorias napoleónicas, las letras cabalísticas y la Thora sagrada en las aldeas de los primitivos israelitas o el nirvana en el azar de la teogonía India del tiempo de Buda. 

                          Viniendo de Chimbote y siguiendo la ruta del paisaje el viajero atraviesa estampas de trigales e ingresa a Cajamala. La población de clima templado está como en siesta y la vecindad de la costa ha dejado su nota de éxodo y melancolía. Pero el paisaje es magnifico. Las extensas zonas de alfalfares le dan su nota y animación plástica. En las campiñas de Chacolla, Collocollo, Puripuc, El Castillo, Casa Blanca, Cahuac y Matala hay huertos de frutales y montes ubérrimos con tintes al óleo. Por sobre la ciudad están las alquerías de Miraflores con su sabor de acuarela. 

       El clima suave y los cultivos de la vid y de la caña de azúcar dan a Cajamala un dulzor de balneario y regalo. 

    En Ancos el paisaje es plácido. La población se recuesta en la arboleda de los huertos y hay un frescor de esperanza y una emanación de aromas que el viajero aspira con codicia. En Cocabal y la Galgada los  esplendidos campamentos mineros dan su típica algarabía. El carbón ha puesto su difumino en las fisonomías y en las cosas. Las minas vuelcan sus entrañas y los hombres ceban su ambición. Los campamentos en el día están en espera, mientras el trabajo de las máquinas ensordece. Por las noches en los casinos y rancherías arde la pasión. La música de radio vierte su música estereotipada y las guitarras se exacerban en su ardor., encienden el fuego de las pasiones y hace correr a raudales el alcohol. Al amanecer los hombres vuelven al socavón exhaustos y cansados. Una lánguida esperanza de retorno al jolgorio alienta la jornada. Las mujeres descansan y se reponen para renovar sus desfallecientes halagos al varón. 

   Las bocaminas campean en los ceros de Ancos y la Galgada. Son una vorágine: tientan al hombre y lo atrapan en sus fauces. De vez en cuando lo sueltan como un estropajo y esta vez es sólo para aventarlo como un despojo. 

     Por sobre Cajamala hay escarpados y cerros negros de patina milenaria. El cinabrio y el antimonio prestan la decoración de sus óxidos y acicatean la curiosidad de los mineros. Escarpados y cresterias de pizarra se recogen y forman un nudo en la cumbre. En esta cima se asienta la población de Llapo," Nido de águilas", y sus casas con sus tejados áureos son como una corona de la cúspide. Las calles en declive tienen una precipitación acrobática y una movilidad vehemente. No obstante prima el equilibrio y el desnivel es un matiz que dá su colorido típico a esta población. 

      Las campiñas de Matunan, Buena Vista, Huamán , Curhuay y Chuquique ofrecen a Llapo una tenue coloración esmeralda. La quebrada de Urunduy tiene remembranzas de río y ofrece su ilusión de agua. Entretanto las lagunas de Uycos y el manantial de Pogta prestan su escasa corriente y hace brotar en las parcelas de cultivo una vegetación parva. 

       Vellones de pajonales se extienden como un manto para cubrir el frío de Llapo; sábanas de ichus con sus flecos cortos rodean al pueblo y lo envuelven. Por encima Shihaunca y la puna de Uyco muestran su ceño adusto y su laguna helada. 

        La ubicación y altura de Llapo le hacen el visor del panorama más extenso que la visión humana puede alcanzar. Tiene al frente los contrafuertes de Huaylas, el Océano Pacifico y la provincia de Santiago de Chuco. Por las noches las luces de los barcos en el mar prestan su luminaria al ensueño y a la fantasía y de día los horizontes lejanos sugestionan con  su vértigo y atraen con el hechizo de nostalgia que infunde a melodía de lo infinito. 

        Una Iglesia de tipo colonial muestra la pasada grandeza de Llapo. Y los subterráneos  del Convento de los Jesuitas, dan a cavilar en dantescas escenas inquisitoriales o en aventuras románticas que los naturales narran con emoción y orgullo. 

   En Urunday, las momias paradas en hornacinas talladas en la roca. Por el camino del Inca hay clabas de granito y en el Ushno la tradición dice que se veneraba a un cóndor de oro. El Santuario "Scala Celi", al costado de la Iglesia Matriz tiene un subterráneo y la capilla de Copacabana en la plazuela Miramar, tiene subterráneos y en el paisaje de  Cangolla están los templos preincas del Sol y de la Luna, de la cultura Haylas. 

          Una franja de senda se abre paso por entre la pizarra, atraviesa Chuquique y conduce a Tauca (Kakia) por esta entrada el hombre se resbala por la pendiente de las calles al centro de la población. Apiñada y repleta están las casas. Un inusitado movimiento anuncia la actividad del agro por las mañanas. Huachuspiña, Conculay Quisuarball, Parga, Asumachay y Huamapara son las campiñas de Tauca que ofrendan su sonrisa cascabelera y desairosa. Más abajo un clima tibio ofrece sus galas de balneario y estampas como las de Llactabamba, Tiñayoc, Hualalay, Quichua y Matibamba dán a Tauca con su vegetación barroca y sus praderas floridas, un gusto renacentista. El alfalfar absorbe las praderas y sus flores de azul-violeta se extienden como brochazos sobre un campo de arcilla amarilla. Por el cerro de Angollca las minas de plata ceban la ambición y la fantasía.

Hualalay es al presente lo que otrora fuera Llactabamba: un templo y un parnaso del amor. El idilio tiene la efusion del campo y el perfume de las flores. Por Parga los recodos anidan recuerdos y ponen hitos a la aventura. 

        La riqueza de las campiñas y el sabor artístico del pueblo está representado en su templo. El arte colonial agotó los recursos barrocos y erigió altares soberbios cargados de ornamentos inverosímiles, de volutas que se esfuman como esencias, de adornos quintaesenciados, de columnas esbeltas transidas de una ebriedad mística y otras cargadas de racimos de uva, grávidas y apasionadas. Los artistas vaciaron su fantasía y captaron la emoción del pueblo para plasmarlo en su templo. De aquí los ábacos llanos y severos del arte dórico o los remilgados y estilizados del corintio y gótico, capiteles, bazas y cenefas de ornamentación bizantina donde la imaginación se pierde, estrías de pilastras pulidas con pan de oro y tallados con lujo, frisos de alto y bajo relieve con motivos arabescos engastados entre arbitrales griegos y cornisas árabes, jambas, molduras y cenefas de oro que irradian vivos fulgores. Rejas toledanas de tipo renacimiento y ventanales con barrotes de madera tallada o esculpida; arcones esmaltados, relicarios de concha y carey; cálices, custodias y candelabros elegantes con incrustaciones de piedras preciosas tallados en el oro y la plata de la región; palios y casullas de seda y oro donde el arte se ha esmerado y agotado sus recursos y en los que enhebró la mujer tauquina su pasión angelical y su fe cristiana. 

    El púlpito de madera donde no hay una pulgada libre de talla o de motivo decorativo es el orgullo del pueblo y reliquia nacional. El artista se ha esmerado y su fantasía se ha excedido en el portento de la obra; la imaginación apenas puede seguir la prodigalidad decorativa. El oro burilado en el púlpito aumenta el fausto de la obra y excita la ambición de los extraños. 

   En Tauca la manzana es una planta silvestre. Los montes se repliegan en los ceros o se cuajan en las acequias o junto a los cercos de los corrales, abunda en los huertos y hasta invade el patio de las alquerías. Una fragancia de fruta aroma el ambiente. Y las gacelas de la campiña dulces y sonrosadas como unas manzanas llevan a los mercados vecinos su mercadería y el garbo de su belleza lozana y turbadora. Este caso singular de hermosura tenia que generar bardos y  romances y por fuerza una música y una poesía romántica. El campo poblado de cadencias incitó a la aventura y las pasiones tenían que incursionar por el verso y la melodía. Y la mujer como un ángel o una vestal fue endiosada y venerada la campiña como un templo le ofreció el escenario de las sombras de sus montes o el furtivo recodo de sus caminos para dar a florecer una promesa o un beso.

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